sábado, 27 de febrero de 2010

Agua al sancocho

Ernesto Hontoria López (Enero 2005)


Cuando por fin me había acostumbrado a mi salario devaluado, Nóbrega anuncia que lo devaluará ¡otra vez! antes de que lleguen los reyes. ¿Será que los ministros cobran en dólares y no les molesta devaluar la moneda?

Es fregado vivir de un salario en bolívares y estar expuesto a las continuas devaluaciones. Cada vez que el ministro a cargo de dirigir la economía del país decide bajar el valor del bolívar, recorta los sueldos a todos los venezolanos. ¡Tanta brega por conseguir un sueldo mejor para que de la noche a la mañana te lo reduzcan de un plumazo!

Resulta paradójico que, a pesar de los altos precios del petróleo y de lo relativamente exitosas que han sido las nuevas emisiones de deuda, el gobierno se vea obligado a devaluar para tapar el hueco fiscal. Sería tonto pensar que Nóbrega planeaba devaluar el bolívar sólo por echar vaina. Si pudiera, estoy casi seguro, que el gobierno mantendría el precio del dólar fijo, porque sabe los efectos poco populares que traen consigo las devaluaciones. Así que, si devalúa, es porque sigue existiendo un déficit en la cuentas del gobierno que debe tapar de alguna manera. Una de las vías que tiene para cubrir el hueco presupuestario es la devaluación.

Cuando los gastos superan los ingresos se habla de un déficit. Este puede ser cubierto con emisiones de nueva deuda (como en parte lo ha logrado el ministro saliente, a través de las colocaciones de bonos). Otra forma de cubrir el déficit es devaluando la moneda (que equivale a imprimir nuevos billetes que terminan reduciendo el salario y los ahorros de los venezolanos).

Para entender mejor la situación, imagine que usted organiza un sancocho para pasar el domingo con su esposa y sus dos chamos. Lógicamente, usted monta la olla con suficiente comida para 4 comensales. Mientras usted está cocinando, le llega la visita inesperada de su hermana, con su esposo y los tres niños de ellos. Cómo usted es una persona cortés los invita a comer, y como su sancocho huele tan bien ellos no pueden rechazar la invitación. En ese momento usted se da cuenta de que la comida no alcanza para todos (tiene un déficit), decide por ende acudir a su vecino para que le preste unas verduras y una gallina (deuda externa). Su vecino le presta los ingredientes pero se autoinvita a la comilona (intereses de la deuda).

Justo antes de empezar a comer, tocan nuevamente la puerta de su casa. Se trata esta vez del hermano de su esposa que pasaba por el vecindario y se paró a visitarlos. Por supuesto, tiene hambre y le encanta el sancocho, de forma que usted tiene un comensal más en la mesa. Vuelve a sonar el timbre de su casa y es el hijo quinceañero del vecino buscando a su papá (el que le prestó la gallina). Como era de esperarse tampoco ha comido (intereses moratorios).

Con el adolescente y su cuñado usted se percata de que otra vez le falta comida (déficit recurrente). Como además sabe que el otro vecino tiene 6 chamos, usted no se arriesga a pedir más verduritas prestadas y opta por echarle agua al sancocho (devaluación). A partir de ese momento, cada plato de sancocho tiene menos calorías y menor poder nutricional (moneda débil, salario devaluado, menor poder adquisitivo).

La devaluación equivale a echarle agua al sancocho. Usted se come un plato del mismo tamaño, pero se alimenta menos, o lo que es equivalente, necesita comer más sancocho para mantener su nivel alimenticio (inflación). En Venezuela llevamos tiempo echándole agua al sancocho. Los gobiernos no parecen percatarse de que antes de aceptar más comensales es menester producir más gallinas y sembrar más verduras.

lunes, 15 de febrero de 2010

Crisis financiera en casa

Ernesto Hontoria López (Julio 2006)



Aunque no hay que ser demasiado listo para darse cuenta cuando algo no marcha bien con nuestras finanzas, a la mayoría de nosotros suelen tomarnos desprevenidos los problemas financieros. Simplemente los gastos empiezan a crecer hasta que un día despertamos con el agua al cuello. Para que esto no ocurra, es decir, no nos agarre por sorpresa un aprieto financiero, es bueno estar pendientes de cómo evolucionan nuestra capacidad de ahorro y nuestras deudas.

Las crisis en las finanzas personales, entendidas éstas como las incapacidades temporales de la persona para cubrir sus gastos y cumplir sus compromisos, cuando no vienen por el lado de los ingresos (pérdida del empleo, por ejemplo), suelen estar precedidas por un sostenido crecimiento de los gastos, que se manifiesta en una continua reducción de la capacidad de ahorro, y en un posterior incremento de las deudas. Darse cuenta a tiempo de esto no siempre es fácil, menos si estamos acostumbrados a financiar nuestros gastos con tarjetas de crédito. Las tarjetas de crédito son maravillosos instrumentos a la hora de comprar, pero un trago amargo cuando hay que pagarlas. Su magia está en ampliar nuestro potencial de gasto por encima del nivel de nuestros ingresos, permitiéndonos comprar bienes para los cuales aún no nos hemos ganado el dinero. Para una persona acostumbrada a financiar sus gastos con tarjetas la gestación de una crisis financiera puede pasar inadvertida por un buen tiempo.

El acceso al crédito que le dan las tarjetas, y el pago a plazo de los saldos deudores distorsionan el tamaño real de la cobija, desdibujando el límite hasta donde debe arroparse. Si esa misma persona no tuviera acceso al crédito, al comenzar a gastar más de lo que gana, inevitablemente se atrasaría en sus pagos. Más temprano que tarde el cobrador del condominio o el teléfono cortado la alertarían de que algo está pasando y se vería forzada a recortar sus gastos (a menos que fuera sinvergüenza de oficio).

Tener acceso al crédito que dan las tarjetas es bueno, pero hay que tener cuidado con el tipo de gastos que estamos financiando. Los créditos deberían utilizarse para cubrir gastos extraordinarios al presupuesto familiar; gastos no recurrentes y de cierta magnitud, como la compra de unos muebles o los cauchos del carro. La tarjeta se vuelve peligrosa cuando la utilizamos para financiar gastos corrientes como las compras de comida, la luz o el teléfono. En estos casos si no pagamos a tiempo la totalidad del gasto, las deudas irán creciendo y con ellas los intereses.

Una manera de comprobar la salud de sus finanzas es observar como ha crecido el saldo deudor de sus tarjetas de crédito en comparación con sus ahorros. Si las deudas han crecido más que los ahorros de manera sostenida en los últimos meses, usted tiene razón para preocuparse. Creo que le llegó la hora de buscar un lápiz y un papel o de sentarse frente a la computadora para elaborar un presupuesto de sus gastos que le aclare su situación.

De antemano le recomiendo que, por más abultadas que estén sus deudas con las tarjetas de crédito, no se deje llevar por la tentación de cortarlas (romper el plástico no desaparecerá la deuda). Si las usa con inteligencia, las tarjetas pueden ayudarlo a resolver su enredo. Ya hablaremos de esto en una próxima entrega.